ROCHABÚS Y VAGONETA

”Rochabús” y “Vagoneta” eran los perritos que se unieron a nosotras y nos acompañaron a todas partes, gracias a que los alimentábamos, durante nuestra estancia en Puerto Chicama. Estos perritos, eran de raza "chuscarri", sufridos y fieles, nos acompañaban como una sombra. Pobrecitos, nos dio tanta pena dejarlos, ojalá que alguien los haya acogido para llenarles la pancita
Los nombres de estas dos mascotas y de nuestros vecinos los puso la tía Alicia. Ese año hubo una plaga de malaguas en el mar. Al vecino “Malagua” le puso ese nombre porque era gordito y se sentaba en la puerta de su casa a zurcir sus redes en truza. Como su humanidad se desbordaba como malagua, le calló a pelo el sobrenombre.
El aguatero “Pescadito Frito” vivía obsesionado con el pescadito frito, parece que era su plato predilecto.
Me dá tanta pena ver que Puerto Chicama ahora es una ruina, el muelle, las casonas de los Gildemesiter, la playa que ha sido invadido por kiosquitos precarios donde se vende licor y se oye música chicha a todo volumen, todo tan abandonado y sucio. En cuanto a las palmeras, mejor ni digo nada. ¿Por qué tendemos a destruir en vez de mejorar?
La casa de Puerto Chicama la alquiló, Oscar Ortega, para que veraneáramos allí, pero Soledad aguantó sólo algunos días porque no había agua, había que comprarla y almacenarla en un gran barril. Como sus hijos estaban pequeños la cosa resultaba difícil para ella, pues había que bañarlos, lavar ropa, servicio, etc. A ella no le gusta la incomodidad. En cambio nosotras nos ingeniamos para pasarla bien y no nos hacíamos problemas. La tía Alicia sabía transformar las incomodidades con mucho ingenio y gracia en cosas originales, motivo de risa. Y es que éramos adultas, la cosa con niños era más difícil. De igual manera, el antiguo Casa Grande era un lugar muy simpático y grato, ahora no es ni la sombra de lo que fue.