CARLOS EN NUESTRAS VIDAS
A Carlos lo conocimos en el verano de 1968, un día antes de su matrimonio con Fina. Él llegó en el volkswaen viejo, que en esa época estaba nuevecito, en compañía de su hermano Lucho, quien venía a representar a su familia en la boda. Recuerdo que cuando ingresó a la sala, se sentó en el sofá y yo que estaba impresentable pasé corriendo del cuarto de Haydée al mío y él gritó “ya te ví”. Más tarde me presenté “oficialmente” y todo fue bromas y risas. Esa noche él durmió en el chaise longe que estaba en una salita fuera del dormitorio de mis padres.
Al día siguiente todo fue correteos para estar listas para ir a la Iglesia. Recuerdo que había llegado Alicia, con Raúl, Alicita y Claudita, que eran las únicas en su familia. Esta última ya estaba con la leucemia que acabó con su breve vida.
Raúl se encargó de trasladar a parte de la familia en el volkswagen de Carlos. Primero llevó al novio y a su hermano Luis a la Iglesia. Después a la novia y a mi papá y creo que a Haydée y a mí. El resto de la familia había salido con anticipación en el carro de Oscar (la Covadonga).
La boda fue muy íntima, con las amistades más allegadas a la casa. Recuerdo que estuvo Mario Diez Canseco que había llegado con su hermano Jesús, quien cantó durante la misa, acompañado por el padre Jesús Pérez, el que fuera nuestro profesor de música y religión en el colegio Belén, famoso en Trujillo por su maravilloso coro Antoniano, donde cantaban las mejores voces de Trujillo y también Teresa, quien era admitida, no tanto por su voz, sino por su empeño, disciplina y formalidad.
Después de la boda todos pasamos a la casa donde se sirvió un excelente almuerzo preparado por un señor que era dueño de un restaurante. Según Mario que era un sibarita, la comida fue muy buena. Al final se sirvió una torta deliciosa preparada por la señora Miguelina de Mantilla, experta en tortas y en los mejores platillos. La torta fue de un solo piso, redonda, adornada con encajes de azúcar y unas rosas preciosas de pastillaje muy artístico. Todo era de color blanco. La masa de las tortas de la señora Migue eran de exportación. Después de bailar conversar y reirnos como locos, los novios partieron de luna de miel a Cajamarca y no recuerdo si fueron a otros lugares.
En la boda estuvieron Oscar Ortega, Soledad e hijos, Víctor Carranza, esposa e hijos, Germán Carranza, esposa e hijos, Juan Carranza, el Dr. Mantilla y Sra. Migue, Pilar Montoya con César Romero, con quien se casara después; Raúl y Alicia, con sus dos niñas, las señoritas Machiavello, Victoria Cole, Teresa, Chela y no recuerdo más. Realmente fue muy íntimo y simpático.
Cuando los novios regresaron de su viaje, estuvieron con nosotros unos cuantos días y luego partieron a La Oroya.Desde el primer momento que pisó nuestra casa, Carlos se comportó como un buen hijo y amigo. A él le encantaba visitar nuestra casa y todos los veranos hacían el largo viaje desde La Oroya para pasar un mes con nosotros. Íbamos a Puerto Chicama los domingos, trepados en un furgón, visitábamos el bosque de Mocan, y paseábamos por algunos de los anexos de Casa Grande (Santa Clara, Lache, Farías y otros).
En realidad, cuando Carlos entró a nuestra familia, mis padres ganaron un hijo y nosotros un hermano, siempre se preocupó por nosotros y fue muy solidario cuando se presentaron problemas de cualquier tipo. Visitar su casa era como llegar a la nuestra. Se abrían todas las puertas para acogernos y hacernos sentir como si estuviéramos en la nuestra. Gracias a él conocimos hermosos lugares de la sierra central y pasamos hermosas vacaciones en La Oroya. Sin temor a equivocarme, podría decir que Carlos fue una bendición en nuestra vidas.
Cuando Carlos nos visitaba en Trujillo, se volvió compinche de mis hijos, A media mañana se alistaban y desaparecían. Después me enteraba que se iban a comer frito, chicharrones, tamales y otros bocados. Los gordos felices, porque a ellos siempre les ha gustado comer rico. En otros momentos se sentaban a conversar largo y tendido sobre diferentes temas. Los chicos pasaban muy buenos ratos con él. Les hacía caricaturas y les ponía “chapas”. Su relación siempre fue muy buena.
Los días que se quedaba en Trujillo, los pasaba tocando la guitarra, haciendo caricaturas sobre diferentes asuntos, charlando amenamente con mi papá y mamá. Por las tardes salía a caminar por el centro y solía volver con algunos gustitos para los viejitos, la Tota y para mí.
María Carranza Vásquez