EL VAGÓN HUELGUISTA
Contaba papá que fue adquirido en Europa por don Víctor Larco Herrera. En un inicio fue un elegante vagón, forrado en cuero, que usaba su propietario para desplazarse desde Roma hasta Trujillo.
Cuando se producen las luchas sindicales en el valle Chicama, los huelguistas lo utilizaron en una ocasión para movilizarse entre la Hacienda Roma y Trujillo. Al finalizar la huelga, don Víctor Larco empezó a recorrer su propiedad, evaluando la magnitud de los daños producidos. Al encontrarse con el vagón, se acercó, lo miró y empezó a hablarle con su peculiar estilo, más parecido al habla de los chinos que al de un descendiente de italianos: “¡ah! con que tú huelguista ¿no?” Enseguida dispuso que lo mojaran con gasolina y sin vacilar le prendió fuego. Del hermoso vagón sólo quedó la base, es decir, una plataforma metálica con sus ruedas.
Pasados unos pocos años, don Víctor Larco quebró y la Hacienda Roma con todo lo que albergaba pasó a la familia Gildemeister. Al alejarse de Roma su anterior propietario, los alemanes en compañía de un enorme equipo de trabajadores pasaron inspección a todo lo que había en esa hacienda. Papá era todavía joven y al encontrar la base del vagón, la recogió y trasladó con su cuadrilla hasta Casa Grande.
Con lo que quedaba del vagón construyó con sólida madera y gruesos listones de fierro un furgón que luego fue utilizado para trasladar a Macabí y Puerto Chicama a trabajadores y sus familiares, asimismo víveres y materiales que se necesitaban en esos lugares.
Gracias a este furgón fuimos maravillosamente felices, pues en él nos trasladábamos a Malabrigo durante la época veraniega. Nosotros íbamos separados del resto de pasajeros y disponíamos de un amplio espacio para saltar, jugar, cantar y dormir al regreso del viaje. Nos levantábamos casi de madrugada y acompañadas por la señorita Delia Machiavello y sus ahijadas, a las cuales ella y su hermana criaron como hijas, emprendíamos un viaje que para nosotros más parecía una aventura de cuento de hadas.
Este furgón era enganchado al final del convoy de carros cargados con los sacos de azúcar que eran transportados hasta el puerto, para su posterior viaje en grandes barcos hasta países lejanos.
Desde nuestra ubicación al final del convoy, al pasar una curva podíamos apreciar a la enorme locomotora, que esforzadamente iba en la punta, dejando a su paso grandes chorros de vapor; atrás seguían los carros con el azúcar y al final, nosotras, dichosas, asomadas a las ventanas sin lunas del grande y fuerte furgón, riendo y cantando, pero sobre todo maravilladas con todo lo que veíamos en el camino.
Años más tarde, cuando la línea férrea fue remplazada por las carreteras industriales y las locomotoras por trailers, el furgón fue habilitado para que sirviera, entre otros fines, para trasladar a los fallecidos y sus familiares, hasta el cementerio de Casa Grande. En esta época ya vivíamos en Trujillo.
Fue en esos años que el furgón salió en la película “Ojos de Perro”, la que trataba de la odisea de los huelguistas en el Valle Chicama. Aunque, según lo narrado por la gente que vivió en el valle en la época del inicio de las luchas sindicales, los caudillos de los huelguistas eran expulsados en camiones y no en el furgón construido por papá.
Cuando fallece nuestro padre, respetando su deseo de ser sepultado en Casa Grande, nos encontramos que la gente de la sección donde trabajó había habilitado un trencito con el furgón; sabemos que lo hicieron con afecto, como una muestra de reconocimiento a quien por años había conducido esa sección. Tuvieron que esforzarse porque el trencito ya no funcionaba bien, pero ellos comprendieron que el que fuera un día su jefe tenía que ir a su última morada en ese furgón halado por una locomotora. Y así fue. Personalmente, me sentí muy reconfortada de recorrer ese camino, acompañando a papá por esos lugares que en el pasado recorrió diariamente, hasta su morada final, donde descansa rodeado de los campos que tanto amó.
María Carranza Vásquez